Si le fascinan los dinosaurios, y el pensar que
alguna especie hubiera podido sobrevivir hasta nuestros días, ya sea en un lago de Escocia o en la selva del Congo, o si cuando su ciudad es visitada por una
exposición itinerante de fósiles de dinosaurios va corriendo a verla, y
disfruta como un niño en ella, entonces quizás le ilusione saber que entre
nosotros viven especies vegetales que ya existían incluso antes que los
dinosaurios, y que apenas han cambiado desde entonces.
Los primeros ginkgófitos aparecieron hace 270
millones de años, 40 millones de años antes de los primeros dinosaurios. Y
aunque fueron fuertemente afectados por la extinción del cretácico, aquella por
la que desaparecieron los dinosaurios de la faz de la Tierra, todavía hoy
podemos encontrar una especie ginkgófito, el Ginkgo biloba.
Esta especie sobrevivió en una pequeña zona de
China, desde donde, considerados como árboles sagrados, se popularizó su uso en
jardines de templos budistas de China, Japón y Corea.
En 1691, un botánico alemán, Engelbert Kaempfer, trabajando
para la compañía de las Indias Orientales, descubrió ejemplares de ginkgo vivos
en Japón, y se llevó semillas a Holanda. De hecho, si algún día viaja a
Holanda, visite el botánico de Utrecht, allí podrá encontrar aún vivos a los
primeros ginkgos plantados en Europa.
No obstante, desde entonces su uso ornamental se ha extendido, gracias a ello no es necesario viajar hasta Holanda o China para ver un Ginkgo. Así, por ejemplo, en Málaga, podemos encontrar varios ejemplares en el JardínBotánico-Histórico La Concepción, el jardín botánico de la universidad de Málaga, el parque de la Alameda, la C/ Alameda de Colón…
Si su valor ornamental y como fósil viviente fuera
poco, también tiene valor farmacológico. Del extracto de hojas de ginkgo se
obtienen ginkgoloides, cuya ingesta incrementa la circulación sanguínea central
y periférica, mejorando la irrigación de los tejidos, además cuenta con función
antiagregante, disminuyendo el riesgo de trombosis, y neutraliza los radicales libres,
desacelerando el envejecimiento.
Fíjese nuevamente en la foto. Observe las verdes hojas
planas de este árbol caducifolio, hojas que tornan en un precioso amarillo en otoño antes de caer. Fíjese
atentamente en la forma de abanico de estas hojas de bordes irregulares y nervadura
dicótoma. Y cuando se lo cruce en su camino, lo reconocerá sin dudar, y sabrá
que usted se encuentra ante un fósil viviente.
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