Para comprender la muerte desde la perspectiva que ofrece la ciencia, debemos acudir a la termodinámica, esa rama de la física que se encarga del estudio de los procesos de transferencias de energía.
Nos interesa especialmente el segundo principio, ese que nos habla de la entropía. La entropía es el grado de distribución de la energía que existe en un sistema, y mientras más uniformemente distribuida se encuentre la energía, mayor será la entropía del sistema. Precisamente, el segundo principio de la termodinámica nos dice que la entropía tiende a aumentar en un sistema aislado, es decir, la energía del universo tiende a distribuirse por todo el espacio en busca del equilibrio. Por tanto, los procesos tienden a tender de forma espontanea hacia un único sentido.
Así, por ejemplo, si ponemos en contacto dos objetos a distintas temperaturas, el calor se transfiere del más caliente al más frio hasta alcanzar un equilibrio térmico, y nunca ocurre al revés. Mientras más caliente se encuentre una molécula más se agita, al ponerla en contacto con moléculas a menor temperatura chocaran, de modo que la molécula previamente en movimiento reducirá su energía y la que apenas se movía se acelerará.
Pero los seres vivos somos unas estructuras relativamente ordenadas, una organización especial y localizada de la materia, donde se produce un continuo incremento de orden sin intervención externa. Para mantener dicha organización de la materia debemos luchar contra el segundo principio de la termodinámica, y para ello contamos con un truco: no somos sistemas aislados, sino sistemas abiertos, intercambiamos materia y energía con el medio. Más concretamente, captamos del medio materia y energía con baja entropía, como son el agua dulce y los alimentos, y devolvemos al medio orina y heces, de mayor entropía. La energía que obtenemos del entorno la transformamos en energía interna y la manipulamos para mantener nuestra integridad de nuestras estructuras, nuestro orden interno, y luchar contra el incremento del desorden interno.
No obstante, no existe forma de esquivar por siempre el segundo principio de la termodinámica, y tarde o temprano, ya sea por un accidente, o por el inevitable deterioro, las células pierden la capacidad de mantenerse ordenadas, entonces el organismo se vuelve incapaz de obtener y manipular de forma autónoma su energía interna y la de su entorno, entonces acontece la muerte. Momento a partir del cual, el cuerpo sin vida, progresivamente se desordena (descompone) en moléculas más sencillas.
Por tanto, la muerte es un estado termodinámico, la conclusión del proceso homeostasis de los seres vivos, la muerte es la victoria que tiene la entropía sobre los seres vivos.
Nos interesa especialmente el segundo principio, ese que nos habla de la entropía. La entropía es el grado de distribución de la energía que existe en un sistema, y mientras más uniformemente distribuida se encuentre la energía, mayor será la entropía del sistema. Precisamente, el segundo principio de la termodinámica nos dice que la entropía tiende a aumentar en un sistema aislado, es decir, la energía del universo tiende a distribuirse por todo el espacio en busca del equilibrio. Por tanto, los procesos tienden a tender de forma espontanea hacia un único sentido.
Así, por ejemplo, si ponemos en contacto dos objetos a distintas temperaturas, el calor se transfiere del más caliente al más frio hasta alcanzar un equilibrio térmico, y nunca ocurre al revés. Mientras más caliente se encuentre una molécula más se agita, al ponerla en contacto con moléculas a menor temperatura chocaran, de modo que la molécula previamente en movimiento reducirá su energía y la que apenas se movía se acelerará.
Pero los seres vivos somos unas estructuras relativamente ordenadas, una organización especial y localizada de la materia, donde se produce un continuo incremento de orden sin intervención externa. Para mantener dicha organización de la materia debemos luchar contra el segundo principio de la termodinámica, y para ello contamos con un truco: no somos sistemas aislados, sino sistemas abiertos, intercambiamos materia y energía con el medio. Más concretamente, captamos del medio materia y energía con baja entropía, como son el agua dulce y los alimentos, y devolvemos al medio orina y heces, de mayor entropía. La energía que obtenemos del entorno la transformamos en energía interna y la manipulamos para mantener nuestra integridad de nuestras estructuras, nuestro orden interno, y luchar contra el incremento del desorden interno.
No obstante, no existe forma de esquivar por siempre el segundo principio de la termodinámica, y tarde o temprano, ya sea por un accidente, o por el inevitable deterioro, las células pierden la capacidad de mantenerse ordenadas, entonces el organismo se vuelve incapaz de obtener y manipular de forma autónoma su energía interna y la de su entorno, entonces acontece la muerte. Momento a partir del cual, el cuerpo sin vida, progresivamente se desordena (descompone) en moléculas más sencillas.
Por tanto, la muerte es un estado termodinámico, la conclusión del proceso homeostasis de los seres vivos, la muerte es la victoria que tiene la entropía sobre los seres vivos.
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